RL Garrapateos Históricos

COMPLICIDADES Y CONFUSIONES. EL HERALDO DE MÉXICO EN 1968.

Este trabajo fue preparado para el curso “El periodismo en México. Cambios y continuidades en su historia” impartida por el Dr. Arno Burkholder de la Rosa en la Maestría en Historia de México en Centro de Cultura Casa Lamm.

Comentario preliminar

En 2018 se cumplen 50 años de movimiento estudiantil de 1968. Ante la perspectiva de un cambio de régimen y la promesa ¿o espejismo? del fin de un ciclo de transición política (y sin negar la vanidad por la elaboración personal), me pareció pertinente difundir este ensayo, a manera de homenaje a víctimas, líderes y participantes.

Introducción

El estudio de un proceso histórico como fue el movimiento estudiantil de 1968 es apasionante. A lo largo del tiempo, diferentes autores han analizado los acontecimientos desde distintas perspectivas. Están las miradas tradicionales, encabezadas por ‘La Noche de Tlatelolco’ de Elena Poniatowska, pero también otras menos convencionales, como ‘Parte de Guerra’ de Julio Scherer y Carlos Monsiváis.

Este trabajo tiene por objeto comentar la interpretación de El Heraldo de México del conjunto de hechos que componen el movimiento de 1968, y está basado en la selección de materiales publicados por Aurora Cano en la obra 1968, antología periodística, editado por la UNAM en 1993. Por lo tanto, no estoy tratando de explicar el acontecimiento, sino externar mi opinión respecto a la narrativa que el medio escrito presentó a sus lectores entre los meses de julio y diciembre de 1968 con relación a las protestas estudiantiles de ese año.

En el año 1968 El Heraldo era considerado uno de los “grandes” diarios capitalinos, no obstante la juventud del medio impreso, cuyo primer número apenas tenía tres años de haber sido publicado. El Heraldo era un medio particularmente cercano al gobierno y a la élite empresarial poblana. Gabriel Alarcón, propietario y Director General de El Heraldo, no era poblano como el presidente Díaz Ordaz, pero vivió muchos años en Puebla y conocía bien al presidente.

La revisión de los diversos artículos, reportajes y editoriales de El Heraldo permite asomarnos a una interpretación particular de los acontecimientos de 1968, con un ingrediente especial: los contenidos gráficos. En El Heraldo las imágenes ocupan un lugar fundamental. No sólo complementaban los contenidos escritos; en sí mismos constituyeron narrativas que podían leerse en sentido diferente al texto, sobre todo si se ignoraba el pie de foto que pretendía guiar la interpretación de la gráfica.

El Heraldo ha sido señalado como un medio que estaba totalmente sometido a la Presidencia de la República y cuyos contenidos respondían a los intereses del régimen priista. Sin ignorar la complicidad de la línea editorial de El Heraldo, es significativo encontrar dentro de los textos e imágenes de este medio impreso, divergencias de la línea impuesta/propuesta desde el régimen, opiniones disidentes respecto de lo que el gobierno aparentemente hubiese preferido ver comunicado desde El Heraldo.

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La prensa, en particular la prensa escrita, puede ser vista como fuente de conocimiento del pasado, o como objeto de estudio en sí misma. En cualquiera de los dos casos, es necesario tomar en cuenta las peculiaridades del medio de comunicación y la actividad periodística. La prensa está constituida por empresas, que tienen intereses de tipo económico, político y social. Estos intereses se ven reflejados tanto en las noticias que comunican y la forma en la que las presentan a los lectores, como en la información que deciden omitir.

Adicionalmente, pueden existir matices y opiniones divergentes entre la línea editorial de un periódico y la de algunos de sus colaboradores. El grado de tolerancia a la diversidad depende de cada medio de comunicación y de las circunstancias que lo rodean. En todo caso, no hay que perder de vista que detrás de cada nota, editorial, artículo, entrevista y crónica que leemos, hay una motivación que va más allá del simplemente informar; la actividad periodística da una interpretación de los hechos que expone y hacerlo implica un sesgo. El sesgo puede ser honesto o perverso, puede informar o desinformar; lo importante para el estudioso de la prensa es tratar de determinar qué es lo que lleva a un medio de comunicación a comportarse de una forma u otra.

Una condición que no debe perderse de vista es el contexto político y social que rodea al periodismo en un momento dado: las características del régimen que controla el poder y su forma de relacionarse con los medios escritos de comunicación; los valores sociales prevalecientes y la mayor o menor diversidad ideológica y cultural del medio social.

Por último, hay que tener presente el perfil de los lectores a los que se dirige el medio, así como las características de las personas que colaboran en la obtención, selección y redacción de la información; algunos son sujetos anónimos y otros personajes bien conocidos que le imprimen un carácter especial al periódico.

En este caso, el objeto de estudio es la cobertura informativa del movimiento estudiantil de 1968 entre los meses de julio y noviembre de ese año por El Heraldo de México.

Como señalé anteriormente, para comprender la forma como El Heraldo se aproximó al movimiento estudiantil y lo comunicó a la sociedad, es necesario, en primera instancia, hacer un rápido examen del contexto político.

Los sesentas fueron especialmente conflictivos para el régimen priista. Desde finales de la década previa, los presidentes López Mateos y Díaz Ordaz vieron con preocupación una creciente inquietud en el campo mexicano. El ejecutivo intervino en los conflictos agrarios y reprimió a los inconformes con ayuda de las fuerzas armadas, recurriendo al asesinato cuando lo estimó conveniente[1]. La necesidad de apaciguar a los campesinos organizados en corporaciones ajenas al régimen llevó a la administración de Díaz Ordaz a realizar un reparto agrario sin precedentes: 24 millones de hectáreas, cifra que superó las tierras distribuidas durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, aunque lo cierto es que mucha de la tierra repartida durante el gobierno del poblano no era apta para ser cultivada[2].

El inicio del gobierno de Díaz Ordaz coincidió con una serie de movimientos y acciones de grupos disidentes, cuando no francamente revolucionarios, que pusieron en entredicho la aparentemente sólida estabilidad política y social del país. Así, entre marzo y agosto de 1965 se desarrollaron las protestas de los médicos inconformes con las condiciones de trabajo en las instituciones públicas de salud. El triunfo de la revolución cubana contra la dictadura de Fulgencio Batista y su radicalización hacia la izquierda alentó la formación de grupos de orientaciones socialistas o comunistas en México, así como la formación de grupos guerrilleros. El 23 de septiembre de 1965, tuvo lugar el famoso ataque guerrillero al cuartel militar de Ciudad Madera, Chihuahua, y en abril de 1968 hubo reportes de actividades guerrilleras en Atoyac de Álvarez, Guerrero[3].

Por otro lado, el esquema político-cultural de la guerra fría era propicio para alentar la teoría de una conjura en la que fuerzas oscuras internas y extranjeras conspiraban para desestabilizar al país y derrocar a su gobierno para instalar un régimen comunista[4].

La designación de la Ciudad de México como sede de los Juegos Olímpicos en 1968 fue la gran oportunidad del régimen priista de mostrar con orgullo los logros del “milagro mexicano” y consolidar su legitimidad. Sin embargo, para finales de la década de los sesenta, el modelo del “desarrollo estabilizador” comenzó a dar señales de agotamiento, y una de sus manifestaciones fue la incapacidad de la economía de continuar incorporando al sistema productivo a los jóvenes provenientes de las clases medias y de las menos favorecidas, lo que estancó la movilidad social. En un clima así, la excesiva visibilidad del país en el exterior hizo vulnerable a un régimen que debía enfrentar un significativo número de protestas de los inconformes con el modelo de desarrollo económico y el sistema político.

Justo en este ambiente complicado para el gobierno federal nació El Heraldo.

El Heraldo fue producto de la iniciativa de Gabriel Alarcón Chagoy, hombre de negocios oriundo de Tianguistengo, Hidalgo, pero arraigado en Puebla. Alarcón hizo su fortuna asociado con William O. Jenkins en el medio cinematográfico como propietario de salas de exhibición. Su empresa, Cadena de Oro, llegó a transformarse en la principal propietaria de salas de cine del país y a dominar el mercado junto con Compañía Operadora de Teatros (COTSA). Precisamente en esa época (10 de agosto de 1954) ocurrió la muerte de Alfonso Mascarúa, líder de Sindicato de Trabajadores de la Cinematografía, y Gabriel Alarcón fue señalado por la prensa como el autor intelectual del homicidio, aunque posteriormente el empresario fue absuelto[5]. En 1960 el gobierno federal de Adolfo Lopez Mateos decidió expropiar la Cadena de Oro y COTSA.

Luego de la experiencia con las salas de cine, Alarcón apostó por fundar un periódico. Esta debió ser una decisión netamente empresarial: Gabriel Alarcón no tenía experiencia en el medio periodístico, pero estaba consciente de la capacidad de la prensa influir en la opinión pública. Parece que la experiencia de Alarcón ligada al asesinato de Mascarúa le hizo ver que la prensa era una forma eficaz de lograr cercanía con el poder político, si además contaba con la amistad del presidente Díaz Ordaz[6] y el apoyo de un grupo poderoso de empresarios y banqueros poblanos[7].

Siendo un producto empresarial, El Heraldo fue precedido de estudios de mercado, los cuales arrojaron que los lectores de clase media destinaban pocos minutos a la lectura del diario, por lo que Alarcón y sus colaboradores buscaron diseñar un periódico que ofreciera notas breves, ágil de leer, y sobre todo, abundante material gráfico siguiendo las tendencias del periodismo industrial de esa época[8]. Una característica de El Heraldo fue que la imagen ya no fue tratada como simple complemento de texto, sino formaba “parte prioritaria dentro de la estrategia informativa y persuasiva del periódico”[9]. Ciertamente El Heraldo no fue el primer diario en presentar fotografías a color (ese lugar corresponde al Sol de México, edición de mediodía), pero sí fue característico el manejo del materia gráfico, privilegiando con frecuencia la imagen por encima del texto[10].

El Heraldo publicó su primer número el 9 de noviembre de 1965; un día antes, el 8 de noviembre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz había visitado e inaugurado las instalaciones del diario. El presidente, amigo del fundador Gabriel Alarcón, respaldó a El Heraldo, declarándose como su “primer lector”[11] y, por su lado, El Heraldo comprometió su apoyo al régimen y sus instituciones.

En el editorial del primer número, el diario señaló:

El Heraldo se propone no ser un órgano de un grupo, de una tendencia, de una clase social, ni de un dogma determinado, y apolítico, ya religioso, ni siquiera del que quienes lo escribimos lo consideramos propio… nuestras máximas aspiraciones se encaminan a la limpieza moral, el noble mexicanismo y la probidad de nuestra patria y del fiel eco en esa realidad nacional, de la actividad del mundo en que vivimos”.[12]

No obstante la aparente intención explícita de neutralidad, la primera plana del primer número mostró una “fotografía en la cual se encuentra el Primer Mandatario muy sonriente y sosteniendo en sus manos el número cero de El Heraldo, en este número cero se aprecia una foto del jefe del Ejecutivo, en dicha imagen Díaz Ordaz está sentado en la silla presidencial y lleva puesta la banda presidencial”[13].

En general, El Heraldo fue un diario dirigido a la clase alta y media. Uno de los medios de los que se valió el periódico para lograr la preferencia de sus lectores fue la línea editorial anticomunista y en general contraria a todos los movimiento sociales de tendencia izquierdista[14]. Otro recurso fue la ya legendaria sección de “sociales” del diario, y en especial la crónica visual del estilo de vida y eventos que atañían a los estratos más privilegiados de la sociedad mexicana. Óscar Alarcón, hijo y sucesor de Gabriel Alarcón en la dirección general de El Heraldo “admitió sin pudor y sin rubor que el público meta del periódico había sido siempre el mercado de lectores de mayores ingresos”[15].

La fidelidad irrestricta al gobierno de Díaz Ordaz fue el elemento que marcó la tendencia editorial de El Heraldo al momento de seleccionar, redactar y acomodar el material noticioso en el periódico, aunque a veces hubo traspiés en esta relación. En el caso específico de la cobertura noticiosa de los distintos acontecimientos del movimiento estudiantil de 1968, sostengo que la información que ofreció El Heraldo correspondió, en buena medida pero no absolutamente, a la interpretación que el gobierno intentaba transmitir a la población lectora. La revisión de los artículos, reportajes, fotografías y opiniones relativos a los acontecimientos de 1968 muestra que ocasionalmente se filtraba alguna posición que, o no coincidía fielmente con la línea editorial del medio, o admitía lecturas en más de un sentido.

Por último, el análisis de la manera como El Heraldo comunicó a la sociedad el conflicto estudiantil no debe limitarse a los textos publicados. Una de las características más relevantes de El Heraldo fue el contenido gráfico, ya no como simple complemento de la información escrita, sino “como una parte importante de la postura política del propio diario”[16].

La efervescencia política de los estudiantes universitarios y politécnicos no era algo nuevo en 1968[17], como tampoco era nueva la desconfianza del gobierno hacia los movimientos sociales ajenos al control del sistema. Si bien con frecuencia se señala que el movimiento de 1968 inició el 26 de julio de ese año, -y sin obviar el ambiente internacional de rebeldía juvenil que por diferentes motivos se esparcía en Europa  América- Guevara Niebla destaca que el primer semestre de 1968 estuvo especialmente sacudido por la agitación en el ámbito universitario: una marcha organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (de filiación comunista) e interrumpida por el ejército, huelga de profesores en la Escuela Nacional Preparatoria, movilización universitaria en contra del MURO, huelga de estudiantes en la facultad de Odontología en la UNAM, conflictos en la Escuela Nacional de Economía por el relevo del director, huelga de hambre de estudiantes de la UNAM en solidaridad con el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo…[18]

Las páginas de El Heraldo desde luego reflejaron preocupación por lo que se percibía como la intención de los jóvenes por participar en la vida política nacional por vías distintas a las establecidas por el régimen. Reflejo de ello fue el artículo de Guillermo Tardiff publicado el 21 de julio de 1968, acerca de la posibilidad de que la edad para adquirir la ciudadanía se redujese a los 18 años. El abogado y miembro del servicio exterior advirtió en su texto que la participación de la juventud en política debía verse con cuidado, incluso recelo. La opinión de Tardiff era que los jóvenes no estaban suficientemente maduros para la importante función de elegir a los gobernantes. Incluso, el autor insistió que la poca experiencia de los jóvenes los exponía a la manipulación por doctrinas introducidas desde el extranjero, en apariencia atractivas pero que no correspondían al interés nacional.

Sin embargo, no todo era condena. El 23 de julio, El Heraldo publicó un artículo firmado por Ermilio Abreu Gómez, en donde el intelectual yucateco presentó una apología  de “la rebelión de los estudiantes”. Haciendo referencia a los diversos procesos de protesta estudiantil que recorrían varias ciudades europeas y norteamericanas, el periodista advirtió que “los jóvenes sienten que algo no funciona bien en la organización social de los pueblos. Sienten que la justicia no se satisface con cabal justicia; que existen núcleos de privilegiados que disponen de toda riqueza y de todo poder…” Abreu remató el artículo diciendo: “Así, es preciso oír y atender la voz de los estudiantes porque el instinto de la juventud nunca se equivoca. Tras ella está la razón de la justicia, la razón misma de la vida actual y futura”.

Considerando la línea editorial de El Heraldo, el anterior texto sugiere que en los días inmediatamente previos a que el movimiento estudiantil tomase forma, no había un acuerdo unánime en las élites mexicanas acerca de la buena marcha del país que pregonaba el gobierno, y del cual la Olimpíada sería una especie de coronación. Todavía la nota, sin autor, publicada el 25 de julio de 1968 titulada “Protesta de Alumnos del Politécnico” ofrece una versión más o menos neutral de las protestas de los estudiantes contra las agresiones del cuerpo de granaderos y de la denuncia de la entrada de esas fuerzas de seguridad a la Vocacional de Ciencias Sociales.

El tono neutral despareció para el 27 de julio, cuando El Heraldo informó acerca de los choques entre granaderos y manifestantes en las cercanías del zócalo de la Ciudad de México, con el encabezado “sofocó la policía un alboroto comunista”. El encabezado de la primera plana de El Heraldo del 28 de julio fue contundente: “Energía contra los alborotadores”.

El 30 de julio de 1968 el ejército ocupó los locales de varias preparatorias, lo que desató el debate sobre la violación a la autonomía de la Universidad Nacional. Desde las páginas de El Heraldo, colaboradores como Agustín Barrios Gómez y el expresidente Emilio Portes Gil sostuvieron que no se trataba de otra cosa que la restauración del imperio de la ley.

El 31 de julio, en contraste con lo escrito por Abreu Gómez apenas diez días antes, Agustín Barrios Gómez presentó en El Heraldo una versión negativa del incipiente movimiento. Barrios Gómez apoyó expresamente la intervención del ejército para “restablecer el orden y otorgar garantías a la ciudadanía”, y en la versión de este periodista, el ya denominado “conflicto estudiantil” no era otra cosa que un vehículo que enmascaraba una subversión comunista, lo cual debía ser objeto de una política de “mano dura”.

Retrocediendo unos días, hay que recordar que, si bien la protesta del 26 de julio de 1968 incluyó la participación de miembros del movimiento Nueva Izquierda (organización ajena al Partido Comunista), y especulando que quizá esa circunstancia precipitó en ese momento el calificativo de “alboroto comunista”, lo cierto que no fue la primera vez que el gobierno atribuía, sin sustento, la organización de movimientos sociales de protesta a fuerzas comunistas[19]. Para el 31 de julio, Barrios Gómez expresó la aceptación de la hipótesis expuesta como un hecho probado plenamente: que detrás de los disturbios estaban las fuerzas comunistas. El Heraldo, como regla, no abandonaría esta posición editorial, aunque percibí titubeos en las noticias publicadas precisamente el 3 de octubre de 1968.

Como señala Alberto del Castillo, la edición del 2 de agosto de 1968 parece presentar una tregua. El día anterior, el rector de la UNAM Javier Barros Sierra, figura de indiscutible autoridad frente a la sociedad e incluso ante periodistas y reporteros tan críticos del movimiento estudiantil como Barrios Gómez, encabezó una manifestación de protesta por la violación de la autonomía universitaria. Esta manifestación salió de la rectoría de la UNAM y llegó hasta el cruce de Félix Cuevas e Insurgentes[20], aunque algunos de los manifestantes continuaron hasta el Zócalo. Las referencias a la protesta publicadas en El Heraldo me parecen, en general, neutras. Desde luego no puedo afirmar que existiera empatía, pero las imágenes que reprodujo El Heraldo en esa fecha muestra una neutralidad expectante ante la protesta: un estudiante alzando un cartel donde se lee “la razón y la ley armas universitarias”, mientras que en otra fotografía se observan a los estudiantes de medicina avanzando en la vanguardia de la manifestación en perfecto orden[21].

En ese mismo 2 de agosto, el Presidente Díaz Ordaz declaró en Guadalajara que “una mano está tendida”[22], aunque la lectura del discurso deja ver que lo que esperaba el ejecutivo era la rendición del movimiento. En todo caso, como señala Alberto del Castillo, a estas alturas parecía que los editores de El Heraldo pensaban que una salida política al conflicto era factible[23].

 El 2 de agosto de 1968, las escuelas en huelga del Instituto Politécnico Nacional organizaron el Consejo Nacional de Huelga, y aprobaron el hoy famoso “pliego petitorio”, donde exigieron:

1) Libertad a los presos políticos;

2) destitución de los jefes policiacos;

3) extinción del cuerpo de granaderos;

4) derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal que tipificaban el delito de disolución social;

5) indemnización a las familias de los muertos y heridos por causa de la represión; y

6) el deslinde de responsabilidades entre las autoridades.

Aún con diferentes calificativos e intencionalidades, las noticias relacionadas con el movimiento estudiantil estuvieron presentes en la primera plana de El Heraldo de México desde el 27 de julio hasta el 2 de agosto. El día 3 de agosto la única referencia a conflicto en primera plana se limitó a la columna “Café Político” y el resto de las noticias se reprodujeron en páginas interiores. El 4 y 6 de agosto no hubo ninguna mención del movimiento en primera plana y el 5 de agosto la primera página anunció que “vuelven a clases en preparatoria”.

Fue evidente que, ante la expectativa de una salida política encabezada por el mismo Díaz Ordaz, los editores de El Heraldo decidieron disminuir la visibilidad de la cobertura periodística del movimiento. Tampoco parece que El Heraldo hubiese dado a conocer la fundación del Consejo Nacional de Huelga o divulgado el pliego petitorio en esos días. No hay que olvidar que a principios de agosto de 1968, el gobierno sólo reconocía como interlocutores a las organizaciones estudiantiles prexistentes al movimiento que mantenían lazos con el régimen, como la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, el cual preparó su propio pliego de demandas[24].

Luego de la marcha del 5 de agosto de 1968, el Consejo Nacional de Huelga emplazó al gobierno federal para dar respuesta a las demandas del pliego petitorio en un plazo de 72 horas.

El ascenso del liderazgo del Consejo Nacional de Huelga ocasionó que El Heraldo no pudiese seguir ignorándolo. En vez del silencio, optaron por una estrategia para confundir al público y hacer parecer que el movimiento era encabezado tanto por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos[25] como por el Consejo Nacional de Huelga. En una entrevista al Director General del Instituto Politécnico Nacional, el 10 de agosto de 1968, El Heraldo informó sobre “el documento que el regente Corona del Rosal envió como contestación a las demandas estudiantiles” a los representantes de los dos grupos en pugna: la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos y el Consejo Nacional de Huelga. En la misma nota que firma Rafael Lizardi Durán, el reportero mezcla el nombre de las dos organizaciones y señala que “los integrantes del Consejo Nacional de Huelga de Estudiantes Técnicos se pronunciaron ayer por estar presentes en los exámenes finales”, posición que difícilmente hubiese adoptado el Consejo Nacional de Huelga.

La mención del Consejo Nacional de Huelga en la nota de El Heraldo como receptor de la respuesta oficial a las demandas contenidas en el pliego llama la atención. Guevara Niebla afirma que para las autoridades gubernamentales, el Consejo Nacional de Huelga simplemente no existía oficialmente[26], por lo que no tendría lógica que repentinamente el regente entregase una respuesta a un ente inexistente. El reportero Lizardi Durán señaló, además, que la comunicación de Corona del Rosal fue entregada al Consejo Nacional de Huelga por conducto de Sóstenes Torrecillas y Fernando Hernández Zárate. Torrecillas ha sido señalado como un infiltrado del gobierno en el Consejo Nacional de Huelga con el propósito de asumir una actitud provocadora que desprestigiara el movimiento y justificara la represión[27]. Por su lado, Hernández Zárate fue considerado un “priista moderado” que radicalizó su posición posteriormente[28].

El mismo 10 de agosto de 1968, una nota del reportero Leopoldo Mendívil informó sobre la resolución parcial del pliego de peticiones planteado por “maestros y estudiantes universitarios”. Añadió el reportero que estos buscarían que la Presidencia de la República resolviera sobre la situación de los jefes policiales comprometidos en los sucesos de los días anteriores, presentarían una “nueva solicitud” para la desaparición del Cuerpo de Granaderos y la supresión del delito de disolución social del Código Penal. La nota no nos dice cuál fue la resolución parcial que el gobierno dio al pliego petitorio, pero algunas de las demandas expresamente planteadas en la nota corresponden a las del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga, aunque Mendívil omitió mencionar al Consejo. En esta nota, Mendívil señaló que en la UNAM estaban teniendo lugar “seminarios revolucionarios” y hace constar la primera mención de la amenaza, por parte de una asamblea de maestros del 8 de agosto, de “declarar un boicot a la Olimpíada”.

A partir del 10 de agosto, las referencias al Consejo Nacional de Huelga en la notas de El Heraldo fueron más explícitas. El 13 de agosto el Consejo Nacional de Huelga organizó una gran manifestación estudiantil que terminó en el Zócalo. Siguiendo a Guevara Niebla, si bien el Consejo Nacional de Huelga y los seis puntos del pliego petitorio fueron los elementos aglutinantes del mosaico social que confluían en el movimiento estudiantil, el mitin celebrado después de la manifestación dejó claro que los objetivos eran más ambiciosos que la satisfacción de las demandas del pliego: buscaban libertad política y sindical, detener la polarización económica de la sociedad y la manipulación de los medios por el Estado. El movimiento dejó de verse a sí mismo como sólo “estudiantil” para transformarse en “popular”. El Heraldo desde luego otorgó al acontecimiento presencia en la primera plana del 14 de agosto, destacando “los insultos a las autoridades” y la presencia de imágenes del Ché Guevara, como clara señal de simpatías comunistas animando el movimiento.

El mismo 14 de agosto, El Heraldo publicó la entrevista que realizó Agustín Barrios Gómez al Secretario de la Defensa Nacional Marcelino García Barragán. Como sería de esperarse, se trata de una entrevista apologética del ejército y el régimen, pero remata con una advertencia: “El Ejército Mexicano… es una institución destinada a defender la integridad e independencia de la Patria, a mantener el imperio de la Constitución y de las demás leyes y a conservar el orden interior…”.

Entre el 15 y 21 de agosto, un lector de El Heraldo percibiría cómo el Consejo Nacional de Huelga fue ganando legitimidad en las páginas del diario como cabeza del movimiento estudiantil, aunque el gobierno no lo mencionase por su nombre. La identificación del Consejo con el movimiento fue tal que El Heraldo de México desistió de continuar confundiéndolo con otras organizaciones menos representativas y, eso sí, afines al régimen.

El 22 de agosto, el Secretario de Gobernación Luis Echeverría invitó a “maestros y estudiantes vinculados al problema existente” a que acudieran a su despacho a discutir el problema, sin comprometerse a nada. El Consejo Nacional de Huelga se asumió como el destinario de la convocatoria y respondió con un desplegado, aceptando el diálogo con la condición de que fuese público, no en el despacho del Secretario. Desde luego El Heraldo cubrió la evolución del incipiente intercambio, y dejo entrever que la supuesta voluntad del secretario de dialogar sería suficiente para terminar con el conflicto, como si el diálogo fuese el fin del movimiento y no un medio para solucionarlo. El Heraldo también pasó por alto que la solución al conflicto requería una serie de cambios en el régimen autoritario que desde luego éste no estaba ni remotamente dispuesto a realizar.

No obstante, la mera posibilidad de una negociación fue suficiente para que algunos de los colaboradores de El Heraldo flexibilizaran sus posiciones. Por ejemplo, José Luis Ituarte escribió un duro artículo que criticó fuertemente la actuación de la policía durante los eventos del 23 y 26 de julio, y demandó la destitución del Jefe y Subjefe de la Policía, sin llegar más lejos. Más sensible fue la aportación de Luis Suárez publicada el 23 de agosto, en donde el reportero celebró la aparente voluntad de un diálogo y afirmó, como tratando de borrar los temores de los lectores, que el movimiento no tenía por finalidad derribar al gobierno ni cambiar el sistema jurídico de la república. Lo que omitió el reportero fue aclarar cuál era, entonces, la finalidad del movimiento, como si la discusión, en sí misma, fuese la solución. El mismo tono fue adoptado el 28 de agosto por Emilio Abreu, felicitando a los “verdaderos” estudiantes y al secretario de gobernación por su disposición a entablar “las pláticas que conduzcan a la justa y necesaria liquidación del conflicto”[29], sin atreverse a especular acerca de lo que se necesitaría hacer para llegar a esa liquidación.

El 27 de agosto de 1968 ocurrió en el Zócalo una enorme manifestación estudiantil; según unas fuentes acudieron 300,000 personas[30], pero otras afirman que fueron un millón[31]. Rafael Lizardi, reporte de El Heraldo, no da números, pero sí destaca que la marcha duró más de cinco horas y que el recorrido se llevó con todo orden, sin que estuvieran ausentes las consignas en contra de los granaderos y la policía. Una vez concentrados en el Zócalo capitalino, tuvo lugar un mitin, y al terminar quedó en la Plaza de la Constitución una “guardia” de 3,000 estudiantes, mismos que fueron dispersados por la policía y el ejército en la madrugada del 28.

Además del elevado número de manifestantes, un acontecimiento marcó esta marcha: el izamiento de una bandera rojinegra en el asta bandera de la Plaza de la Constitución. Rafael Lizardi de El Heraldo atribuyó el acontecimiento a “jóvenes estudiantes”, señalando además que otros ingresaron a la catedral metropolitana a hacer repicar las campanas. Lizardi señaló que el izamiento de la bandera rojinegra ocurrió al inicio de la “concentración”; lo sospechoso de la versión de Lizardi es que el ejército y los granaderos desalojaron a los manifestantes en la madrugada del 28 de agosto, y no obstante, el paño rojo y negro continuó en la astabandera al día siguiente.

Cabeza de Vaca, líder del Consejo Nacional de Huelga, fue señalado como responsable de haber izado la bandera rojinegra; aquél negó que el hecho hubiese fuese imputable de los manifestantes, y sugirió que fue obra del gobierno[32]. Lo que es indiscutible es que en la mañana del 28 de agosto de 1968, una bandera rojinegra ondeaba en la astabandera de la Plaza de la Constitución. La situación, preparada por el mismo gobierno u obra de manifestantes, dio oportunidad al Estado para organizar ese mismo día una manifestación popular de “desagravio” a la enseña nacional y de implícito apoyo al régimen.

Lo que después ocurrió, el mismo 28 de agosto en el Zócalo, es muy confuso. El Heraldo cuenta que miles de obreros, comerciantes y público se reunieron en el Zócalo espontáneamente, para retirar la bandera rojinegra e izar la bandera nacional en medio de vítores y mientras se entonaba el himno nacional (escena sin duda conmovedoramente nacionalista). Tanto el texto como las imágenes de la noticia muestran un pueblo dispuesto a defender a la patria y sus símbolos contra los ataques de los estudiantes. Luego, afirma El Heraldo, los manifestantes fueron atacados por los estudiantes que se encontraban en el Zócalo, lo que obligó al ejército a intervenir para dispersar a los estudiantes, y al resto de la multitud congregada en la Plaza de la Constitución. Guevara Niebla cuenta que, en realidad, el “pueblo” que acudió a desagraviar a la bandera era un conjunto de burócratas y obreros acarreados por el gobierno; cuando los líderes oficialistas intentaron hablar desde un templete, los acarreados los atacaron con proyectiles y las autoridades se vieron obligado a usar el ejército para dispersar a sus propios “simpatizantes”[33] y bloquear posteriormente al acceso al Zócalo.

Díaz Ordaz rindió su informe de gobierno el 1º de septiembre. De la crónica de Homero Bazán sobre el “emotivo mensaje” destaco el subtítulo “primeros pasos para acabar con el conflicto estudiantil”. No dijo “resolver”, sino “acabar”. Es probable que la elección del verbo hubiese sido inspirada, incluso inconscientemente, por la amenaza que el Ejecutivo expresó: “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos”.

Un tema especialmente delicado para el los miembros del gobierno era el de los presos políticos. Era tan delicado que el Presidente, en su informe, negó simplemente su existencia. La versión oficial era que los individuos señalados como presos políticos por el Consejo Nacional de Huelga eran delincuentes comunes debidamente procesados y sentenciados por delitos que nada tenían que ver con sus ideas políticas. La misma posición asumió ese mismo 1º de septiembre de 1968 El Heraldo a través de la pluma de Agustín Barrios Gómez. Desde luego, el núcleo del mensaje era que las demandas del Consejo Nacional de Huelga carecían de sentido.

El 6 de septiembre de 1968, un editorial de El Heraldo se preguntó por la “otra” juventud, la de la derecha, los conservadores. El editorial señaló como jóvenes de “derecha” a los militantes del PRI, a los conscriptos y a los becados de la UNAM. Ignoro si los miembros de las juventudes priistas o los beneficiarios de las becas de la UNAM se sintieron cómodos con la caracterización “de derecha” que de ellos hizo El Heraldo, pero la exigencia era clara: debían salir a la calle a expresar de qué lado estaban.

Y salieron, aunque no a la calle. El domingo 8 de septiembre tuvo lugar una manifestación anticomunista concentrada en la Plaza México, en la que participaron entre diez y doce mil personas y de la cual dio cuenta el reportero José Falconi al día siguiente en El Heraldo. Por lo que Falconi reportó, los asistentes al evento no eran jóvenes priistas, conscriptos o becados en la UNAM, sino militantes católicos anti-comunistas, que se limitaron a gritar consignas y mueras contra el comunismo. Curiosamente, Falconi no menciona que se hubiesen expresado muestras concretas de apoyo al gobierno; parece que una porra aislada a los granaderos fue la única expresión de simpatía hacia las autoridades.

De la nota puede concluirse que la derecha anticomunista carecía de la capacidad de convocatoria del Consejo Nacional de Huelga, y por eso tuvieron que restringir la manifestación a un lugar cerrado; incluso Falconi señaló que algunos de los manifestantes en la Plaza de Toros ya habían participado en otra desangelada protesta un poco más temprano ese mismo día en la Basílica de Guadalupe relacionada con la “profanación” de la Catedral Metropolitana cuando algunos estudiantes ingresaron a ella para hacer tocar las campanas, como en su momento informó El Heraldo. Asimismo, dejó patente que la juventud de derecha a que convocó El Heraldo unos días antes, no estaba constituida por militantes priistas, conscriptos o becados de la UNAM, sino por católicos militantes y radicales anticomunistas.

Un personaje protagónico al que El Heraldo reconoció una indiscutible autoridad durante la mayor parte del proceso, fue el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra. Barros Sierra era reconocido como un hombre del sistema político, identificado como liberal democrático y ajeno a la izquierda[34]. Por lo tanto, resultaba natural que El Heraldo diera difusión a sus declaraciones sin poner demasiado cuidado en su contenido, incluso en las ocasiones donde la posición del rector no era amigable hacia el régimen, como fue el caso del desplegado firmado por Barros Sierra el 9 de septiembre y publicado el día 10 en El Heraldo.

Lo importante, a mi juicio, no fue tanto la difusión del desplegado, como el resumen sin firma que presentó El Heraldo a sus lectores. El resumen destacó la necesidad de resolver los problemas sociales y políticos que dieron origen al movimiento estudiantil, reiteró que la intervención del gobierno en la universidad fue un ataque a su autonomía y precisó que el gobierno no ha atendido las demandas de estudiantes y maestros.

Mi opinión es que esta política editorial de El Heraldo con relación a Barros Sierra acabó por disgustar a Díaz Ordaz, como explicaré más adelante.

Uno de los acontecimientos más simbólicos del movimiento fue la “marcha silenciosa” del 13 de septiembre. El día 14, el reportero del El Heraldo Miguel Reyes dio cuenta en una nota breve de una “manifestación silenciosa” realizada en “absoluto orden”, sin referencias a comunistas o alborotadores. No obstante tratarse de un acto al que acudieron cientos de miles, según el conteo de Guevara Niebla, El Heraldo sólo publicó un par de fotografías del hecho y sin pie de foto: tres personas vistas de espalda con el brazo levantado formando con los dedos una “v” y otra de la multitud en la Plaza de la Constitución. La ausencia de pies de foto permite que el lector tenga una lectura propia de la imagen que observa, sin la “orientación” del editor: desde el que ve a un pueblo en pacífica lucha, hasta el que observa con azoro la actitud abiertamente rebelde e intimidante de los participantes.

A pesar de que la nota sobre la marcha silenciosa hizo una referencia acerca de que el Consejo General de Huelga preparaba una celebración de la independencia “sui generis”, la edición del 17 de septiembre de 1968 guardó silencio sobre dicha celebración en Ciudad Universitaria, donde Heberto Castillo dio su ahora célebre grito[35].

Como indiqué antes, el 10 de agosto de 1968, un reportero de El Heraldo dio cuenta de la amenaza de boicotear los Juegos Olímpicos expresada en una supuesta asamblea de maestros. El 18 de septiembre El Heraldo reiteró que el Consejo Nacional de Huelga amenazaba con sabotear las Olimpíadas, no sin también destacar la firme posición del gobierno de defender la celebración del evento deportivo, desde luego.

El 19 de septiembre El Heraldo informó de la toma de la Ciudad Universitaria por parte del ejército. Recurriendo al tema subversivo como justificación, los reporteros de El Heraldo informaron sobre los hallazgos de propaganda (tanto comunista como del MURO), bombas molotov y combustibles en los diferentes inmuebles. Si bien la cobertura gráfica del evento incluyó 18 fotografías, Alberto del Castillo destaca que ninguna de ellas mostró a los soldados en la Universidad, concentrándose en las imágenes de los estudiantes detenidos en la Procuraduría[36], políticamente menos impactantes y explosivas.

El 20 de septiembre, los lectores de El Heraldo pudieron enterarse de las contrastantes declaraciones del Secretario de la Defensa Nacional Marcelino García Barragán y del rector Barros Sierra. En la misma edición en que el general advirtió que “las tropas tomarán y desaojarán cualquier institución educativa donde se registren desórdenes”, el diario reprodujo textualmente la declaración del rector en la que reclamó directamente al gobierno:

“La ocupación militar de la Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza… la atención y solución de los problemas de los jóvenes requieren comprensión antes que de violencia. Seguramente podrían haberse empleado otros medios… más adecuados que la fuerza armada… hoy los exhorto (a los universitarios) a que asuman, dondequiera que se encuentren, la defensa moral de la Universidad Nacional Autónoma de México… esperemos que los deplorables hechos que confrontamos no afecten irremediablemente la democracia en la República”.

El tono abiertamente beligerante del rector no sorprende tanto como el hecho de que un diario que supuestamente reflejaba sumisamente la versión del gobierno de Díaz Ordaz, transcribiera un texto tan fuerte con el Presidente como destinatario principal.

El 23 de septiembre de 1968, Barros Sierra comunicó su renuncia a la rectoría de la Universidad. Fiel a su política editorial, El Heraldo transcribió íntegramente el texto de la renuncia del rector, en donde responsabiliza de su decisión al gobierno. El texto de la renuncia no tiene desperdicio, pero me limito a destacar una frase: “…es insostenible mi posición como rector, ante el enfrentamiento agresivo y abierto de un grupo gubernamental”. Barros Sierra no mencionó directamente al Presidente, pero no es difícil saber a quién se refirió cuando señaló a un “grupo gubernamental”, un “grupo” con poder suficiente como para ordenar al Secretario de la Defensa Nacional la ocupación de Ciudad Universitaria.

Un día después de que El Heraldo publicó íntegramente el texto de la renuncia de Barros Sierra a la rectoría de la Universidad, el director general de El Heraldo Gabriel Alarcón dirigió una carta a Gustavo Díaz Ordaz[37], en donde reiteró su “entrega” al gobierno. En la misiva, el empresario informó a su casi-paisano que había recibido las orientaciones del secretario de gobernación (Luis Echeverría), el Procurador General de la República, el Jefe del Departamento del Distrito Federal (Corona del Rosal) y el Secretario de la Defensa Nacional acerca de los textos y fotografías que resultaba conveniente para el gobierno que el diario publicara.

La carta no deja lugar a dudas que la lealtad manifiesta de Alarcón y la línea editorial de El Heraldo estaban con el Presidente de la República. No obstante Alarcón pide al final del primer párrafo de Díaz Ordaz “su orientación”, sin explicar respecto a qué tema específico. Luego de exponer la lista de miembros del gabinete que han contribuido con sus consejos y orientación a la línea editorial del diario, Alarcón expresa, en un tono más de disculpa que de adhesión, que sus acciones han sido guiadas por los consejos del gobierno y que nadie le ha reclamado el no estar actuando parcialmente en favor del presidente o su gobierno. Finamente, virtualmente pidiendo perdón, suplica Alarcón a Díaz Ordaz que “si cree que nos hemos equivocado, por favor nos lo haga saber”.

Investigadores que han comentado esta carta, como Jacinto Rodríguez y Alberto del Castillo, la citan como ejemplo del sometimiento y la alineación del periódico con la versión gubernamental[38]. Sin cuestionar lo anterior, yo veo algo más. Alarcón no está sólo expresado su lealtad incondicional al régimen y a la persona del Presidente; le está suplicando perdón a Díaz Ordaz. ¿Qué orilló a Gabriel Alarcón a ese mea culpa fechado el 24 de septiembre de 1968? ¿Algún artículo o reportaje relativo al movimiento estudiantil encendió la cólera presidencial?

Mi opinión es que la continua difusión, sin mayor filtro, de las declaraciones y llamamientos de Barros Sierra, que pasaron de la relativa moderación a una enérgica protesta dirigida al gobierno, acabaron irritando al presidente Díaz Ordaz, sobre todo considerando que estaban siendo íntegramente reproducidas en el periódico de su amigo casi-paisano Alarcón.

Si bien en los días posteriores al 24 de septiembre, Barros Sierra siguió siendo objeto de algunas notas en El Heraldo, como cuando el periódico informó sobre la negativa de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional a aceptar su renuncia a la rectoría de la Universidad (26 de septiembre), en lo sucesivo nuestro diario se cuidó de simplemente transcribir las expresiones de Barros Sierra.

Por lo que al movimiento hace, la noticia sobre la renuncia de Barros Sierra se mezcló con la represión en Tlatelolco, y las tomas violentas de la Vocacional 7, Zacatenco y el casco de Santo Tomás entre el 21 y 24 de septiembre. A diferencia de lo que ocurrió con la toma de Ciudad Universitaria, la ocupación del Instituto Politécnico Nacional tuvo una amplia cobertura gráfica en El Heraldo. Entre las fotografías pueden apreciarse a personas vestidas de civil, identificados como miembros de la “policía metropolitana” que participaron codo con codo con el ejército. Alberto del Castillo Troncoso identifica a estos sujetos como miembros del batallón Olimpia[39].

Independientemente de que las imágenes muestren a los miembros del Batallón Olimpia en plena acción, lo cierto es que las imágenes “mostraban una ciudad violenta que desmentían los discursos oficiales en torno a la paz y a la tranquilidad reinante en el país”[40].

En todo caso, entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre de 1968, El Heraldo intentó bajar la estridencia del conflicto universitario en sus páginas, disminuyendo las notas relacionadas directamente con la movilización universitaria. Es significativo leer en la edición del 1º de octubre, en una nota sobre la entrega de la Ciudad Universitaria a las autoridades universitarias, que los miembros del Consejo Nacional de Huelga convocaron a una concentración “cuya finalidad es ir a pedir la desocupación militar y policiaca de diversas escuelas del “casco” de Santo Tomás, (que) se hará en la plaza de las Tres Culturas”. Esta misma nota de Octavio Magaña insiste en el tema de la posibilidad de que el Consejo Nacional de Huelga sabotee los Juegos Olímpicos.

Otra imagen, ahora del 2 de octubre, muestra a atletas olímpicos de la delegación inglesa entrenando en los jardines de la Ciudad Universitaria frente al inmueble de la Biblioteca Central. Como destaca del Castillo Troncoso, la evidente intención de la gráfica fue transmitir al lector la sensación de una paulatina vuelta a la normalidad y el debilitamiento de la protesta estudiantil[41].

Supuestamente alertados por Gustavo Díaz Ordaz, los directores de los principales diarios se enteraron que algo importante iba a ocurrir en la plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre, por lo que El Heraldo envió a algunos de sus mejores reporteros y fotógrafos a cubrir la concentración.

La información que El Heraldo fue difundiendo en las jornadas siguientes al 2 de octubre de 1968 me lleva a pensar que la versión de lo que ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas se fue construyendo poco a poco a lo largo de varios días. Si bien la versión oficial de los hechos, que imputó la responsabilidad de la masacre a la acción de francotiradores apostados en cuatro edificios del complejo de Tlatelolco, fue comunicada con prontitud, la historia gubernamental integral sobre el acontecimiento no estuvo lista de inmediato.

Una constante que defendió El Heraldo fue la teoría de la conspiración subversiva extranjera. La primera plana del 3 de octubre, reprodujo la fotografía de cuatro jóvenes (tres de ellos extranjeros) señalados como agitadores profesionales, a los atribuyó diversos “asaltos, atentados y disturbios callejeros”, aunque sin vincularlos con los cruentos acontecimientos del 2 de octubre, ya que fueron detenidos en el cruce de Coyoacán y Félix Cuevas.

La primera plana del 3 de octubre también informó sobre 26 muertos, y la única fotografía del mitin es una previa a la represión, en la que apenas se aprecian las cabezas de los manifestantes, ya que la imagen principal es la del edificio Chihuahua, en Tlatelolco.

El editorial del 3 de octubre es revelador en cuanto a la imagen “oficialista” que se había pretendido difundir del movimiento: que no es un movimiento de proporciones tan graves como para afectar la política del régimen; y que la movilización estudiantil es un fenómeno compartido por varios países que involucra extremistas de izquierda y anarquistas (ejemplo de ello fueron los “terroristas” detenidos en Universidad y Félix Cuevas el día anterior). El editorial denunció la existencia de una “complicada maraña internacional” que intentaba subvertir el orden en todo el mundo, pero afirmó que los gobiernos cuentan con los recursos para disolverla y aniquilarla. De forma interesante, este editorial no hizo el énfasis que hubiese esperado respecto de una conjura comunista contra el gobierno mexicano, y adopta una tibia generalización. Es probable que los editores de El Heraldo estuviesen a la espera de una línea clara de parte del gobierno.

El 4 de octubre El Heraldo informó en su primera plana que el enfrentamiento entre “particulares” y soldados en Tlatelolco provocó treinta muertos. ¿”Particulares”? Evidentemente el diario sigue a la espera de una versión gubernamental más o menos integral y coherente, por lo que me parece que la ambigüedad de los términos fue intencional. Como en otras ocasiones, las imágenes contradicen el texto de la noticia, o al menos permiten una lectura que difiere de la nota escrita, considerando que la “interminable fila” de personas identificando muertos correspondería a una masacre de proporciones mayores de las que el diario afirmaba, como destaca del Castillo Troncoso[42].

El Heraldo dio cuenta el mismo 4 de octubre de la posición de la Cámara de Senadores, en donde se reiteró la posición oficial, sin entrar todavía en demasiados detalles: en los disturbios estudiantiles participaron elementos nacionales y extranjeros con objetivos antimexicanos de extrema peligrosidad. Como ocurrió con el editorial de El Heraldo del día anterior, esta nota es demasiado general, y si bien sigue el posicionamiento oficial, no hay señalamiento concreto hacia algún grupo y liderazgo específico como culpable de la agitación estudiantil y concretamente de lo acontecido en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre. Estos señalamientos estarían a disposición de los lectores de El Heraldo hasta el 6 de octubre.

Uno de los líderes señalados como infiltrados del gobierno en el Consejo Nacional de Huelga, Sócrates Campos Lemus[43], denunció a Carlos A. Madrazo, Braulio Maldonado, Eli de Gortari, Heberto Castillo, Elena Garro y Ángel Veraza como los principales instigadores de la “agitación” estudiantil. El movimiento quedó definitivamente caracterizado como un complot comunista para derrocar al gobierno. La versión de Campos Lemus fue proporcionada por la Procuraduría General de la República.

Lo anterior seguramente dio un respiro a los integrantes de la redacción de El Heraldo, quienes finalmente tuvieron a su disposición una descripción «autorizada» completa y por escrito del movimiento estudiantil, desde la formación del Consejo General de Huelga hasta la noche del 2 de octubre de 1968.

El reportero Luis Suárez, comentando las declaraciones de Sócrates Campos, cuestionó su integridad y coherencia, al pasar de ser uno de los oradores más radicales y duros durante las manifestaciones (fue Campos quien propuso la permanencia de una “guardia” en el Zócalo la noche del 27 de agosto) a dócil delator de sus compañeros. Lo que Suárez no hizo, fiel a la línea editorial que buscó seguir El Heraldo, fue cuestionar la veracidad de lo que Sócrates Campos declaró. Desde luego, no era el papel de un medio de oficialista de comunicación, en un régimen autoritario, dudar de los boletines o la posición oficial; Suárez se cuidó de cruzar la línea, pero no pudo evitar poner en entredicho integridad del denunciante.

Durante el resto del mes de octubre de 1968, El Heraldo continuó elaborando, con base en los boletines y la información que proporcionaba la Procuraduría General de la República, sobre la versión oficial: complot comunista que buscó derrocar el régimen, con colaboración de intelectuales mexicanos y de elementos agitadores extranjeros.

Desde luego, no todo lo que El Heraldo informaba tenía que ver con la mano dura del gobierno. El 26 de octubre el periódico abordó la generosa orden del Presidente para que sesenta y tres estudiantes presos se vieran beneficiados con el desistimiento de la acción penal por parte de la Procuraduría General de la República y la Procuraduría del Distrito Federal. Se trató de un conciliador gesto y un paso seguro para la solución del conflicto, o al menos así lo presentó El Heraldo. Después de tres meses de dudas y titubeos, el Estado parecía recuperar plenamente su protagonismo y el control, e incluso pudo darse el lujo de dar a conocer que contaba con dos representantes ante el Consejo Nacional de Huelga.

Independientemente de que fuese verdad o no, que el gobierno tuviese una representación formal ante el Consejo General de Huelga, lo relevante, en mi opinión, es que el régimen pareció haber recuperado la confianza en sus capacidades autoritarias.

Si bien no fue sino hasta el 4 de diciembre de 1968 que el Consejo Nacional de Huelga acordó levantar el paro estudiantil, durante el mes de octubre El Heraldo estuvo alimentando la idea de que el regreso a clases era inminente, lo cual resultaba un arma eficaz para incrementar la presión sobre el Consejo Nacional de Huelga y los estudiantes en paro, para que concluyesen en definitiva el movimiento.

El Consejo Nacional de Huelga se disolvió el 5 de diciembre de 1968, al tiempo que El Heraldo se congratulaba por el regreso a clases. Obviamente, ni El Heraldo ni el gobierno podían tener, a principios de diciembre de 1968, conciencia del impacto que tendría a largo plazo el movimiento de 1968. En ese momento, no cabía más que felicitarse por haber salvado el barco del naufragio, sin percatarse que quedaba abierta una fractura que ya no se iba a cerrar.

Conclusión

La versión más difundida es que El Heraldo actuó como un simple repetidor de la versión oficial del gobierno. Si bien es innegable el espíritu de colaboración entre la redacción de El Heraldo y las autoridades en 1968, la realidad fue más compleja. Percibo que en ocasiones la redacción de El Heraldo no supo cómo abordar determinados acontecimientos. Los redactores y dirección de El Heraldo sabían que la posición “oficial” del diario era que existía una conjura comunista alentada por agitadores extranjeros que buscaba dañar a México, pero la denuncia del peligro que el movimiento representaba no siempre se hizo presente, lo que me parece inconsistente con la supuesta magnitud de la amenaza.

Mi impresión es que las inconsistencias observables en la forma como el movimiento estudiantil fue tratado en El Heraldo, evidenciaron las dudas y titubeos por los que pasó el propio gobierno federal entre julio y octubre de 1968, a la hora de hacer frente a las protestas.

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Bibliografía

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Notas

[1] Soledad Loaeza, “Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-1968”, en Nueva Historia General de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 690

[2] Ídem.

[3] “Archivos de Bucareli”, en Nexos, México, junio 1998, [Edición en línea] http://www.nexos.com.mx/?p=8913. Fecha de consulta: 18 de abril de 2015.

[4] Alberto del Castillo Troncoso, “Fotoperiodismo y representaciones del Movimiento Estudiantil de 1968. El caso dEl Heraldo de México”, en Secuencia, núm. 60, México, septiembre-diciembre 2004, p. 139.

[5] Mario Ortiz Murillo, “El Heraldo de México. La historia del periódico que impuso a modernidad industrial”, en Bicentenario: el ayer y hoy de México, vol. 4, núm. 15, México, ene.-mar. 2012, p. 56.

[6] Ibíd., p. 57.

[7] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 143.

[8] M. Ortiz Murillo, op. cit., p. 56

[9] A. de Castillo Troncoso, op. cit., p. 144.

[10][10] M. Ortiz Murillo, op. cit., p. 56

[11] Ibíd., p. 59. A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 143.

[12] Jesús Martínez Patricio, “La sección de espectáculos de El Heraldo de México (1965-1970)”. Tesis de licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.F., 2005, p. 51.

[13] Ídem.

[14] M. Ortiz Murillo, op. cit., p. 60.

[15] Ibíd., p. 59.

[16] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p.144.

[17] Gilberto Guevara Niebla rastrea numerosas inconformidades y movimientos de reclamo por parte de los estudiantes entre 1942 y 1968, sin olvidar especialmente las protestas estudiantiles de 1966. Véase Gilberto Guevara Niebla, “Antecedentes y desarrollo del movimiento de 1968”, en Cuadernos Políticos, núm. 17, julio-septiembre, 1978. [Edición en línea] http://www.ses.unam.mx/docencia/2012II/Guevara_Antecedentes.pdf. Fecha de consulta: 18 de abril de 2015.

[18] Ibíd., p.

[19] Guevara Niebla cita como ejemplo los movimientos ferrocarrilero de 1959 y el estudiantil de 1966. Ver G. Guevara Niebla, op. cit.

[20] Gustavo Carrillo García, “A 40 años. Barros Sierra sale en defensa de la UNAM y marcha con miles de estudiantes”, La Jornada, Política, México, D.F., 1 de agosto de 2008. [Edición en línea] http://www.jornada.unam.mx/2008/08/01/index.php?section=politica&article=010n1pol. Consultado el 14 de junio de 2015.

[21] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 148.

[22] G. Guevara Niebla, op. cit.

[23] A. de Castillo Troncoso, op. cit., p. 148.

[24] Guevara Niebla, op. cit.

[25] La Federación Nacional de Estudiantes Técnicos estuvo involucrado en la manifestación de estudiantes politécnicos que terminó en el casco de Santo Tomás, y del cual se desprendió el grupo que acabó enfrentado con los granaderos el 26 de julio. Ver G. Guevara Niebla, op. cit.

[26] Guevara Niebla, ídem.

[27] Ahremi Cerón, “El Movimiento del 68 en México: interpretaciones historiográficas 1998-2008” en Andamios, vol. 9, núm. 20, septiembre-diciembre 2012, p. 245.  [Edición en línea] http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S1870-00632012000300012&script=sci_arttext. Fecha de consulta: 14 de junio de 2015.

[28] Juan Arvizu, “Rechazar el Diálogo, el grave error”, El Universal, Nación, México, D.F., 21 de septiembre de 2008. [Edición en línea] http://www.eluniversal.com.mx/nacion/162511.html. Fecha de consulta: 24 de junio de 2015.

[29] Jorge Volpi Escalante, La imaginación y el poder: una historia intelectual de 1968, México, Era, 1998, p. 228.

[30] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 144.

[31] G. Guevara, op. cit.

[32] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 145.

[33] Guevara Niebla, Op. cit.

[34] A. Cerón, op. cit., p. 245.

[35] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 155.

[36] Ibíd., p. 157.

[37] “Cartas personales” en Nexos, México, junio, 1998. [Edición en línea] http://www.nexos.com.mx/?p=8894. Fecha de consulta: 18 de abril de 2015.

[38] A. del Castillo Troncoso, op. cit., p. 147; Jacinto Rodríguez Munguía, La otra guerra secreta, México, Random House Mondadori, 2010, pp. 109-111.

[39] A. del Castillo, ibíd., p. 163.

[40] Alberto del Castillo Troncoso, “El movimiento estudiantil de 1968 narrado en imágenes”, en Sociológica, año 23, núm. 68, septiembre-diciembre de 2008, p. 100.

[41] A. del Castillo Troncoso, “Fotoperiodismo y representaciones…”, p. 164.

[42] Ibíd., p. 166.

[43] A. Cerón, op. cit., p. 245.

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